Por: Patrullero Emilio Gutiérrez Yance

Y quizás sea la niñez el momento más preciado para muchos, algunos con dificultades otros con más facilidad, pero encontrarnos, jugar el mismo juego, sudar y correr descalzos con llagas en las plantas de los pies, era señal de lo bien que la pasábamos.

Cada persona es un mundo distinto, de eso no hay duda, todos hemos sido niños alguna vez, de eso “nadie se salva”. Lo más probable es que nuestra infancia haya marcado en algún punto lo que somos hoy en día, dejando huellas que continúan vigentes.

Dice un viejo conocido refrán que “recordar es vivir”, una forma de teletransportarnos a nuestra infancia.

Hoy añoramos lo recuerdos de la niñez, cuando no había dramas porque las situaciones se cortaban de raíz, borrón y cuenta nueva. Si te portabas mal te daban un ‘chancletazo’ como decían muchas mamás, los niños no discutían con sus padres porque estos eran la ley. Los primos eran tus hermanos y los compañeros del colegio tus primos, los vecinos, los amigos de toda la vida, los profesores eran modelos, aunque te dieran ‘reglazos’ en las manos si no te sabías las tablas de multiplicar.

En esa época nos enseñaron a saludar, a despedirnos, a decir gracias, a pedir permiso y sobre todo a entender el lenguaje de los ojos.

Salíamos a jugar con los vecinos de la cuadra (los vecinos de antes) todos juntos, era toda una aventura, nos subíamos a los árboles, (hasta se quedaban dormidos jugando a las escondidas), montábamos bicicleta, patines y hasta en los carritos de balineras.

Inventábamos las ciudades de hierro, comíamos lo que nuestras madres nos servían y punto, cómo por ejemplo; arroz con huevo, sancocho, sopa de plátano, mazamorra, frijoles, lentejas, mote de queso, leche con panela, arepa, bollos de mazorca, bolas de tamarindo, cachitos o arropillas, papitas fritas, guineo verde con queso, frutas de la zona, verduras y ensaladas, estos platos apetecidos en la costa.