Por Ramiro Cañas Guerra
@raminews

Una bebé de no más de dos años asistió al estadio vestida con un traje azul cubierto de incontables letras “A”, señal inequívoca de que es brava desde la cuna.

En un entorno seguro, como el de la MLB, la familia disfruta de la fiesta del béisbol. Tres hileras más arriba, unos hinchas de los Cachorros de Chicago permanecen tranquilos. Celebran los hits y las buenas jugadas defensivas de su equipo, que robó tres bases en el juego. Nadie los increpa.

La interacción con el público, a través de dinámicas en las pantallas, con sonido envolvente y luces sincronizadas, genera un ambiente festivo.

En una campaña irregular, marcada por las fallas del bullpen y la falta de bateo oportuno, los Bravos acumulan 65 victorias y 81 derrotas. Sin embargo, nadie protesta. No importa que sean líderes en dejar hombres en base sin remolcar. Cada vez que aparece en la pantalla el pedido de aliento, la afición responde.

En el Truist Park, incluso los patrocinadores se suman a la diversión con actividades como la carrera de las herramientas, en la que compiten muñecos disfrazados de martillo, taladro y brocha.

Esta atmósfera contrasta con la hostilidad de muchos estadios futboleros de Suramérica, escenarios que este periodista ha cubierto con frecuencia.

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