El reencuentro fue un instante suspendido en el tiempo. Tras casi un mes de incertidumbre, el patrullero Diego Herrera volvió a abrazar a su compañero más leal: Telmo, un pastor belga malinois entrenado como perro antinarcóticos, que sobrevivió al infierno del atentado contra un helicóptero de la Policía Nacional en Amalfi, Antioquia.
El 21 de agosto, el rugido de la explosión, atribuida al frente 36 de las disidencias de las FARC, dejó una estela de muerte: 13 uniformados perdieron la vida. En medio del caos, Telmo desapareció. Sus compañeros, confundidos entre el humo y los cuerpos, aseguraron a Herrera que el perro había muerto. El patrullero, herido y desolado, lloró la pérdida de quien había sido más que una herramienta de trabajo: su sombra, su guardián y su amigo.
Pero Telmo no había muerto. Contra todo pronóstico, permaneció al menos 24 días junto a los mismos guerrilleros que atacaron a su unidad. Sorprendentemente, lo alimentaron, lo cuidaron y hasta intentaron devolverlo mediante canales humanitarios. Los combates y la presión militar frustraron esos acercamientos. El perro sobrevivió a la guerra en silencio, esperando volver.
El reencuentro finalmente llegó, y con él, las lágrimas contenidas. Herrera, incrédulo, acarició la cabeza de Telmo, que al reconocer a su guía se lanzó a sus brazos, como si el tiempo no hubiera pasado.
La historia de Telmo es la de la fidelidad que sobrevive incluso al fragor de la violencia. En sus ojos, Herrera encontró un recordatorio de que, aun en la guerra, hay destellos de humanidad que se resisten a extinguirse.
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