La violencia en las vías volvió a ser protagonista en Bogotá. En las últimas horas, un conductor de vehículo particular embistió en reversa a un motociclista, causándole serios daños a su moto. De acuerdo con testigos, tras el impacto, el automovilista se dio a la fuga sin responder por lo ocurrido.
Aunque a simple vista se trata de un incidente de tránsito, el hecho refleja una realidad mucho más compleja: la creciente intolerancia que se vive en las calles de la capital. Cada día, miles de bogotanos circulan entre trancones, pitos y maniobras arriesgadas que convierten la movilidad en un espacio cargado de tensión. Allí, la paciencia se agota, la prudencia se pierde y lo que debería ser un simple desplazamiento se transforma en una lucha constante por el espacio.
Más allá de los daños materiales, lo preocupante es el mensaje que dejan este tipo de conductas. Un conductor que huye después de ocasionar un accidente muestra no solo desprecio por la norma, sino también por la vida y la integridad de los demás. El respeto en la vía no puede ser una opción, debe ser una regla básica de convivencia.
La intolerancia no solo golpea a quienes sufren directamente el hecho, sino que siembra un ambiente de miedo y desconfianza en la ciudad. Cada bocinazo agresivo, cada cierre intencional o cada evasión de responsabilidad alimenta un círculo vicioso que tarde o temprano cobra un costo humano.
Bogotá necesita recuperar la calma en sus calles. Entender que la movilidad no es una competencia, sino un escenario donde todos, sin excepción, tienen derecho a llegar sanos y salvos. Solo con empatía, respeto y responsabilidad será posible frenar la violencia que hoy arrolla a la ciudad.
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