El municipio de Malambo vuelve a sentir el peso de la delincuencia. Un comerciante, que durante años forjó su sustento con esfuerzo y sacrificio, se vio obligado a bajar la reja de su negocio para siempre, víctima de la extorsión que golpea sin tregua a la comunidad.

Su rutina, marcada por madrugones desde las cinco de la mañana y largas jornadas de trabajo honesto, terminó convertida en miedo e incertidumbre. Las amenazas de los criminales lo empujaron a empacar todo y huir, como si él fuera el culpable, cuando en realidad es la víctima de un sistema que no logra garantizarle seguridad.

El cierre no solo representa la pérdida de un negocio, sino también la ruptura de un proyecto de vida. Vecinos y conocidos expresaron su indignación: “Es doloroso que alguien que lucha de forma honesta tenga que renunciar a su sueño porque la delincuencia le robó la tranquilidad”.

Este caso refleja el drama de muchos comerciantes de Malambo, quienes aseguran sentirse abandonados a su suerte frente a las redes de extorsión. La economía local se resiente con cada local cerrado, y con ella también se destruyen empleos, ilusiones y el tejido social de un municipio que se siente arrinconado por la criminalidad.

Aunque las autoridades invitan a denunciar, el temor a represalias hace que el silencio sea la opción más común. Mientras tanto, la sensación de desprotección se profundiza y crece el clamor ciudadano por acciones más contundentes que devuelvan la confianza y permitan que trabajar en paz no sea un privilegio, sino un derecho.

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