Lo que comenzó como el apagón eléctrico más grave en la historia reciente de España, terminó por revelar lo mejor de su gente. La tarde del lunes 28 de abril, una falla masiva dejó sin energía a millones de personas en todo el país. Se apagaron los semáforos, los ascensores, las pantallas y las luces. Pero, en medio de la incertidumbre, la ciudadanía encendió la chispa de la solidaridad.
En ciudades como Madrid, Barcelona o Cádiz, vecinos que apenas se saludaban salieron a las calles con guitarras, linternas y sonrisas. Algunos ayudaron a dirigir el tráfico en cruces peligrosos, otros compartieron velas y comidas improvisadas. Se escucharon risas, canciones y anécdotas. Como si el país, de pronto, hubiese recordado que el calor humano también ilumina.
En los barrios, niños y adultos jugaron en las aceras, sin pantallas ni dispositivos. Las radios a pilas volvieron a sonar y más de uno contó historias bajo la tenue luz de una vela, como en los viejos tiempos. “Fue como volver a la infancia”, decía una mujer que compartía una cena sencilla con sus vecinos, en medio de la calle.
Aunque aún se investiga la causa exacta del apagón, la rápida reacción del gobierno y el restablecimiento casi total del servicio en menos de 24 horas demuestran la capacidad de respuesta de un país resiliente. Más allá de la crisis, quedó claro que la luz de la empatía y el compañerismo sigue viva.
A veces, hay que apagarlo todo para volver a vernos realmente.
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