Fue apenas un segundo, pero bastó para inmortalizarse. En una cancha sintética, durante un partido benéfico sin títulos ni focos, Zinedine Zidane bajó un balón desde el cielo como quien detiene el tiempo con los pies. La pelota venía con fuerza y velocidad, pero él, con una sutileza que desafiaba las leyes de la física, la domó con la punta del pie derecho, como si el cuero supiera exactamente quién lo recibía.

No fue un gol, ni una asistencia. No fue una jugada decisiva. Fue un control. Pero no cualquier control. Fue poesía en movimiento, un instante que resumía toda la elegancia de un futbolista que parece haber nacido para hacer arte con el balón. Ese toque no solo detuvo la pelota: detuvo al mundo. Las cámaras lo repitieron una y otra vez. En redes sociales se volvió viral. Los fanáticos lo observaron con devoción, como si fuera una reliquia.

Zidane tiene hoy 52 años. Y aún así, con el cabello plateado y el paso sereno, conserva intacta la categoría. Su manera de moverse, de tocar el balón, de mirar el juego, confirma que la clase no se retira. Que hay talentos que no envejecen.

Zidane tenía —y tiene— esa virtud: hacer fácil lo imposible. No corre, flota. No patea, susurra al balón. Aquel control en un contexto sin presión ni necesidad fue una declaración de amor al fútbol. No buscaba aplausos. Solo jugaba. Como un niño que no ha olvidado por qué empezó.

Porque hay jugadas que duran segundos, y otras que se quedan para siempre.

En el arte, aveces, las palabras sobran, pero algo había que escribirle al Maestro

#ZidaneEterno ⚽

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