En una operación militar sorpresiva, Estados Unidos atacó tres instalaciones nucleares clave en Irán, elevando drásticamente la tensión en Medio Oriente y generando una ola de reacciones en todo el mundo. El bombardeo fue confirmado por el presidente Donald Trump, quien aseguró que se trató de una acción “limitada, precisa y exitosa”, dirigida a frenar el programa nuclear iraní.

Los ataques se dirigieron contra las plantas de Fordow, Natanz e Isfahán, instalaciones altamente protegidas que forman parte del núcleo del programa atómico iraní. Según fuentes militares, se emplearon aviones bombarderos B‑2 con bombas antibúnker y misiles Tomahawk, diseñados para penetrar estructuras subterráneas.

Desde Teherán, el gobierno iraní admitió los daños, pero advirtió que su programa nuclear no se detendrá y prometió represalias. Además, interrumpió de inmediato las conversaciones diplomáticas que sostenía con Europa en Ginebra. “Este ataque no quedará sin respuesta”, señaló un vocero del régimen.

A nivel internacional, líderes de la ONU y de la Unión Europea manifestaron preocupación por la escalada, calificando la acción como un “riesgo para la estabilidad global”. Mientras tanto, en EE. UU., la decisión de Trump generó reacciones divididas: sectores republicanos la celebraron como un mensaje de fuerza, mientras que figuras demócratas cuestionaron su legalidad por no contar con autorización del Congreso.

El ataque ocurre días después de una ofensiva similar lanzada por Israel sobre instalaciones nucleares en Irán, lo que refuerza los temores de una guerra regional. El presidente Trump reiteró que su intención es “detener una amenaza, no iniciar una guerra”, pero advirtió que cualquier agresión iraní será respondida con “una fuerza mucho mayor”.

El mundo observa con inquietud el desarrollo de este conflicto, que podría marcar un punto de quiebre en la geopolítica del siglo XXI.

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