En una calurosa tarde de verano en Atlanta, los alrededores del Truist Park se llenan de vida. Familias enteras caminan por la explanada, mientras niños corren entre los chorros de agua que brotan del suelo, riendo y empapándose para aliviar el calor.
Otros pequeños practican lanzamientos con pelotas de béisbol, soñando con algún día vestir el uniforme de los Bravos. El aire huele a comida recién hecha, con el aroma de los hot dogs, las hamburguesas y las palomitas mezclándose con la música que sale de los bares y restaurantes cercanos.
A medida que se acerca la hora del juego, el bullicio aumenta. Los fanáticos lucen camisetas con el nombre de sus jugadores favoritos, algunos pintados con los colores del equipo, otros portando gorras firmadas.
Las cámaras capturan momentos especiales: padres tomados de la mano con sus hijos, grupos de amigos brindando con cerveza fría, y parejas posando frente a la estatua de Hank Aaron. El sol comienza a bajar, tiñendo el cielo de tonos dorados, y la energía de la multitud anuncia que la noche será una fiesta de béisbol en la casa de los Bravos.
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