Un nuevo episodio de violencia volvió a empañar el fútbol colombiano el pasado fin de semana. Esta vez, la víctima fue la árbitra central Vanessa Ceballos, quien recibió un golpe en el rostro por parte de un jugador durante un partido de la Primera C entre Deportivo Quique y Real Alianza Aracataca, en el estadio Chelo Castro de Aracataca, Magdalena.

El hecho ocurrió al minuto 66, cuando la jueza decidió expulsar a un futbolista de apellido Bolívar. La reacción fue inmediata y violenta: en lugar de aceptar la sanción, el jugador perdió el control y terminó agrediéndola físicamente. La escena, registrada en video, muestra a Ceballos intentando defenderse, mientras compañeros y cuerpo técnico corrieron a contener la situación.

Más allá del hecho aislado, lo ocurrido plantea una pregunta urgente: ¿qué tan preparados estamos para proteger la integridad de los árbitros y, en general, de todos los actores del juego? El rechazo ha sido unánime en redes sociales y en el entorno deportivo, donde se exige una sanción ejemplar contra el agresor, pero también medidas de fondo que garanticen respeto y seguridad en las canchas.

El fútbol, que debería ser un espacio de convivencia, sigue mostrando grietas que revelan intolerancia y falta de autocontrol. La violencia, venga de donde venga, nunca puede ser parte del juego. Incidentes como este recuerdan que la transformación del balompié colombiano no solo pasa por la calidad en el campo, sino también por la cultura y los valores que lo rodean.

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