En el horizonte azul del Caribe, donde el sol se derrama sobre las aguas de Santa Marta, dos siluetas plateadas emergen entre las olas. Son Blue y Martín, delfines que parecen haber asumido una tarea inesperada: convertirse en guardianes de un océano herido.

No es un acto entrenado ni una rutina de espectáculo. Es un gesto nacido de la observación, del instinto y, tal vez, de una forma de sabiduría que los humanos apenas logramos comprender. Cuando la corriente arrastra botellas vacías, cuerdas o plásticos, ellos se lanzan hacia el objeto intruso, lo atrapan con el hocico y, como si fueran mensajeros del mar, lo depositan en manos de sus entrenadores.

“Ellos nos han visto recoger basura y aprendieron solos”, explica Ángela Dávila, directora de Bienestar Animal del Centro de Vida Marina de Santa Marta. “Cuando los llevamos a mar abierto, lo hacen también: nos traen lo que reconocen que no pertenece a su entorno. Es su manera de pedirnos que cuidemos su hogar”.

El programa de conservación “A Mar Abierto” fue concebido para preservar la vida marina. Sin embargo, Blue y Martín han ido más allá de los manuales y los protocolos. Su conducta ha conmovido a científicos, cuidadores y visitantes, quienes ven en cada entrega de basura un recordatorio doloroso y hermoso a la vez: los mares no son vertederos, son casa.

En el video compartido por el Centro de Vida Marina (@centrodevidamarina), se les ve salir a la superficie con un pedazo de plástico entre los dientes, como si fuera un trofeo triste. No hay discurso ni pancarta, pero sí un mensaje que atraviesa fronteras: los delfines también nos reclaman conciencia.

Porque, al final, son ellos, los habitantes más antiguos del océano, quienes nos están enseñando lo que olvidamos: que el mar no se cuida solo.

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Enlace del video

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