El estado de Texas vivió este fin de semana una de las tragedias naturales más graves de los últimos años. Fuertes lluvias provocaron desbordamientos en ríos del centro del estado, especialmente en la cuenca del río Guadalupe, donde se reportaron al menos 82 personas fallecidas, entre ellas más de 28 menores de edad, y decenas de desaparecidos.

El desastre ocurrió entre el 4 y el 6 de julio, cuando lluvias torrenciales hicieron que el río creciera más de 20 pies en apenas hora y media, arrasando con campamentos, viviendas y carreteras. Uno de los lugares más afectados fue el histórico Camp Mystic, donde varias niñas y una consejera aún están desaparecidas.

A pesar de que el Servicio Meteorológico Nacional emitió alertas de emergencia, muchas personas no las recibieron a tiempo. La falta de cobertura celular, la ausencia de sirenas y la demora en la activación de protocolos locales de evacuación agravaron la emergencia. Expertos y medios señalan que la falta de inversión en sistemas de alerta y recortes de personal en agencias federales contribuyeron a que la tragedia fuera mayor.

La respuesta fue inmediata: más de 850 personas fueron rescatadas con helicópteros, drones y lanchas por equipos de emergencia, Guardia Nacional y FEMA. El presidente Donald Trump declaró “desastre mayor” en la zona, lo que permitió desplegar recursos federales.

Este desastre ha reabierto el debate sobre la preparación ante eventos climáticos extremos en Estados Unidos. Científicos alertan que este tipo de lluvias se están volviendo más frecuentes e intensas por el cambio climático, por lo que exigen mayores inversiones en infraestructura de emergencia y sistemas de alerta comunitaria.

Texas llora a sus víctimas mientras continúa la búsqueda de desaparecidos y se inicia una dura etapa de reconstrucción.

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