El expresidente estadounidense falleció a los 100 años dejando una marca indeleble en la política y la diplomacia global.
Jimmy Carter, quien murió este domingo a los 100 años, es recordado como un líder atípico que pasó de ser agricultor de cacahuetes en Georgia a ocupar la Casa Blanca (1977-1981). Su presidencia, aunque marcada por desafíos como la crisis de los rehenes en Irán, sentó las bases para un legado internacional y una vida posterior dedicada al servicio humanitario.
Durante su mandato, Carter negoció la paz entre Israel y Egipto en Camp David (1978), reanudó relaciones diplomáticas con China y devolvió el control del Canal de Panamá a su país soberano. No obstante, su presidencia enfrentó dificultades internas, como la crisis energética de 1979, y críticas conservadoras que lo catalogaron como débil.
Tras dejar la Casa Blanca, Carter redefinió el rol de los expresidentes con el establecimiento del Centro Carter en 1982. Esta institución se dedicó a combatir la pobreza, las enfermedades y promover la democracia a nivel global. En 2002, fue reconocido con el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos en derechos humanos y resolución de conflictos.
“Mi vida después de la Casa Blanca ha sido la más gratificante”, expresó en 2015. Desde el Centro Carter, supervisó elecciones, impulsó la lucha contra enfermedades tropicales y abogó por los derechos humanos, ganándose el respeto mundial.
Casado durante 69 años con Rosalynn, Carter encontró inspiración en su fe y su comunidad en Plains, Georgia. Allí predicó en la iglesia bautista local hasta el final de su vida. Su compromiso humanitario lo convirtió en un modelo de liderazgo ético y perseverante, trascendiendo las fronteras políticas de Estados Unidos.
La historia lo recordará como un visionario que, incluso en la derrota política, encontró formas de cambiar el mundo para mejor.